Al otro lado del miedo

Al otro lado del miedo
Hace un tiempo te conté en mi post Viajar es vivir que, a la tierna edad de 20 años (sí, desde mi perspectiva de cuarentañera te aseguro que esa edad es de pipiola total) y mientras estudiaba la carrera de filología inglesa, me marché un verano a Inglaterra.
Junté mis pocos y escasos ahorros y decidí que era un buen momento para conocer el país first hand.
Ese poco dinero que tenía, había sido reunido gracias a mi gran aportación cultural a la sociedad transmitiendo, allende los mares, mis vastos conocimientos sobre lenguas vivas y muertas.
Vamos, que daba clases particulares de inglés y de latín a adolescentes, ávidos de mi sabiduría y mi know-how???
Pero así me sacaba unas perras para mis cosicas, oye. Y de vez en cuando también cuidaba algún niño, trabajaba en una tienda…en fin, lo que fuera para sufragarme mis gastos personales.
El caso es que ese año en concreto, decidí conocer el país anglosajón, y empecé a valorar opciones sobre cómo hacerlo.
La más habitual y recurrida era irse de au-pair. Pero, por experiencias anteriores, ya había averiguado que los niños no eran lo mío, así que la descarté.
Valoré alguna otra pero, finalmente, me decanté por ir a un campo de trabajo en un pueblo perdido de la campiña inglesa. Workfarm lo llamaban. Que aquello muy bien no sonaba, lo reconozco. Pero aún vivía en la inconsciencia que te da la juventud, divino tesoro.
Así que allá que me fui.
Las opciones de trabajo que te daban eran dos: recogida de fresas en el campo o ir a una fábrica a “hacernosequé”, porque la verdad es que nunca supe a ciencia cierta para qué nos querían. Como ya habrás deducido, elegí la opción B, o sea, fábrica.
Yo solo recuerdo que me tenía que levantar a las 4 am, para que un furgón nos recogiera a las 5 am y empezar a trabajar a las 6 am. Y si querías desayunar, ahí tenías tu buena ración de judías pintas y bacon, a las 4,30 de la mañana, ¡hala! con el cuerpo serrano que llevabas a esas horas intempestivas.
Todo bien, muy bonito, maravilloooosooo.

Pero, a pesar de todo, tengo que reconocer que lo pasábamos bomba. Los ratos de risas y canciones estaban asegurados y los españoles contagiábamos siempre al resto de nacionalidades. Qué arte teníamos, ¡ojú!
¡Ainsss, qué recuerdos y qué buenos tiempos! ?
El caso es que el último fin de semana de nuestra estancia allí, mis dos amigas de Valencia y yo decidimos pasarlo en Londres. Amparo se adelantó y reservó un Bed&Breakfast, y cuando Esther y yo llegamos, nos lanzamos a descubrir London como si no hubiera un mañana.
Bueno, es que realmente no había un mañana porque al día siguiente volábamos de vuelta a España y había que aprovechar el tiempo al máximo.
Total, que después de patear la ciudad, ya de tarde-noche cogimos el autobús que, en un principio, nos llevaba a nuestro B&B a descansar.
Claro, aquello de que el bus tuviera dos pisos molaba mucho y para nosotras era una novedad, así que decidimos subir a la parte de arriba y experimentar nuevos horizontes.
Lo que no sabíamos era que a la hora de bajar, aquello iba a estar más colapsado que el metro de New York en hora punta, y que se iba a convertir en una odisea abrirnos paso entre la multitud que atestaba el bus a esas horas.
Cuando conseguimos alcanzar la puerta, después de sufrir dos codazos, tres empujones y varios pisotones, ya estábamos varias paradas más allá de la que deberíamos haber bajado. Pero bajar había que bajar, así que eso hicimos.
Y ahí nos tenías, sin mapa, sin Smartphone con GPS que nos indicara donde puñetas estábamos. Y sin cash suficiente para coger un taxi.
Tres inocentes criaturas perdidas en la noche londinense en una calle oscura y solitaria por donde no pasaba un alma.
No nos quedaba otra que echar a andar e ir preguntando a cualquier amable transeúnte que nos cruzábamos de Pascuas a Ramos, para saber qué dirección tomar.
Sé que lo cosa así contada no pintaba muy bien, pero no alarmarse que llegar, llegamos.
Después de taitantas horas caminando, eso sí, pero sanas y salvas.
Safe and sound, thanks to God!?
Tengo que reconocer que algo de miedito pasamos. Perdidas en una ciudad desconocida, sin medios, sin guía y sin saber muy bien cuándo alcanzaríamos nuestro destino.
Pero a veces, no hace falta estar en una gran ciudad para sentirse así ¿verdad? ?
Porque hay situaciones en la vida, en las que también te encuentras perdida sin saber qué hacer ni para dónde tirar. Sin los recursos necesarios para gestionar lo que te está pasando. Sin la certeza de si llegarás a un buen puerto o a un puerto mejor.
Sin embargo, eso no te puede parar. Hay que echar a andar y tomar decisiones. A pesar del miedo, a pesar de la incertidumbre. Y dejarte guiar por personas que te aporten y que iluminen tu camino.
Y siempre, siempre, siempre, confiar en la vida y en que tiene algo maravilloso reservado para ti al otro lado del miedo.
Aunque aún no lo veas.

¡Feliz día despeinad@! ?
PD: Si te apetece comentar algo me encantará leerlo!
Cuando dicen que aprender inglés es difícil debe ser por experiencias así 😀 😀 , pero como bien dices al otro lado del miedo siempre hay algo maravilloso esperando. Así que hay que superar ese "miedo" y lanzarse a aprender inglés porque la alegría de llegar a entender a tu cantante favorito en inglés o de poder responder a un turista que te pregunta por una calle es un subidón de autoestima que no te puedes perder.
Claro que sí, aprender idiomas siempre es algo que merece la pena! A mí me han encantado desde siempre y la seguridad que te dan a la hora de viajar se valora muchísimo.
Gracias por comentar! ?
Nunca dejar de luchar, sin reblar, que decimos en Aragón. La palabra confía, excelente como reflexión final. Besicos!
Jajaja me encanta lo de "no reblar" Cris!!! Muchas gracias por tu comentario guapa 🙂