Mi primera vez

Mi primera vez
Mi primera vez en el mundo de los tatuajes fue a los veinte años. ¡Ojo cuidao! que estamos hablando de cuando no estaban tan de moda, ni molaban, ni había tattoo studios all over the city.
No, no, en aquellos tiempos todavía era un poco transgresor hacerse uno. Y si eras mujer, aún más (por aquello de las apariencias, y lo que le corresponde a una señorita de bien y decente, ya tú sabes).
Y si vivías en una familia católica apostólica romana, y sobre todo, muy practicante como la mía, todavía más.
Que estamos hablando de hace 26 años.
¡Madre mía, qué de todo me entra cada vez que me doy cuenta del porrón de años que han pasado! ?

Pero volvamos a lo que interesa, ese acto de rebeldía que, a día de hoy, puede parecer una mindungada, pero que entonces iba a tener consecuencias imprevisibles.
El caso es que, para perpetrar el delito, que era como lo iban a interpretar más o menos en mi casa, me llevé como cómplice a mi amigo del alma Roberto, que es más bueno que el pan y que me acompañaba en cualquier locura por aquellos tiempos jóvenes e inconscientes.
He de decir que el tatuaje era una rosa pequeñita en mi brazo, que tampoco me iba a pintar la Capilla Sixtina en todo el pechamen. Entre otras cosas porque para eso necesitaría una talla 110 por lo menos, y la mía se queda en…bueno, eso lo dejamos que no es el tema hoy.
A pesar de la adrenalina que corría por mi cuerpo por estar haciendo algo “prohibido” por una parte, y por marcar mi cuerpo for the first time por otra, tengo que reconocer que un poquillo de mieditis tenía.
Así que, nada más llegar, le pregunté a la amable señorita que atendía el mostrador, que si aquello iba a doler.
Que tú dirás, vaya pregunta más tonta.
Y yo te lo reconozco, tonta a más no poder.
¿Pero tú sabes aquello de que, aunque sepas algo a ciencia cierta, necesitas que alguien te diga lo contrario solo para tranquilizarte?
Pues eso.
Y la dicharachera mozalbeta, ducha ya en este tipo de lides (qué frase más culta me acaba de quedar, de vez en cuando tengo destellos de brillantez), me contestó con su mejor sonrisa diabólica:
“Noooo, ¡qué va! No duele nada, solo hace cosquillas”
Le faltó soltar después una risa esperpéntica a lo Cruella de Vil, pero mi yo inconsciente y acojonado no quiso ver la evidencia y se aferró como un naúfrago a la palabra COSQUILLAS.

Y ahí que fui, entré en la sala de tatuar, me tumbé en la camilla y ofrecí mi brazo a aquel desconocido como quien se rinde a la muerte, pensando:
“Que sea lo que Dios quiera, ya que he venido voy hasta el final, que venir pá ná es tontería”
Y el muchacho, un tal David, se puso al lío, con mi cuerpo como lienzo en blanco que iba a ser profanado por sus manos y su aguja cosquillera.
No te voy a mentir. Doler, duele. Pero es verdad que es un dolor soportable. Por algo casi todos repetimos….Bueno, por eso, y porque por naturaleza los humanoides somos un poco masocas, claro.
El caso es que, una vez concluido el trabajito, quedaba lo peor. Volver a casa y confesar el crimen.
Porque sí, podía haberlo ocultado con mangas largas y visitas clandestinas al baño a realizar las aplicaciones correspondientes de pomada para la correcta evolución del tatuaje.
Pero seamos sinceras. Si eres valiente para rebelarte, también tienes que serlo para enfrentar las consecuencias. Así que mejor quitar la tirita del tirón y aguantar el chaparrón.
La escena transcurrió de la siguiente forma:
- Entro en casa con el correspondiente apósito en mi brazo.
- Antes de dar opción a nada, digo sin anestesia: «Tengo algo que contaros»
- Mi madre, desde el salón, con su perspicacia habitual y su ojo de águila percibe una anomalía en salva sea la parte.
- Me mira, la miro, nos retamos cual pistoleros en el Lejano Oeste ?
- Como si tuviera el don de la telepatía, leo todo las posibilidades que se le están pasando por la cabeza a la velocidad del rayo, a cual peor.
- Lentamente, comienzo a quitar el apósito.
- Mi madre, avispada de naturaleza, exclama inmediatamente: «¡Te has hecho un tatuaje!»
- Y ya, de perdidos al río, se lo muestro en todo su esplendor.
- Y aquí viene su frase lapidatoria….: “Bueno, por lo menos es discreto y bonito”
¿Cómo te quedas? Así, como te lo cuento. Ni gritos, ni un «tú no estás bien de la cabeza», ni un «para esto te he educado yo», ni un «en qué momento hemos perdido a nuestra hija».
Yo realmente creo que, se le habían ocurrido tantas cosas malas cuando le dije que tenía algo que contarles, que el tatuaje le pareció un mal menor.
Después me hice un par de tattoos más en mi vida que los llevo en…bueno, ya te lo cuento otro día ?
Pero la lección de aquel momento fue, que muchas veces nos imaginamos las cosas mucho peor de lo que luego son.
Anticipamos catástrofes que no van a ocurrir, o situaciones que solo van a tener lugar en nuestra cabeza, aunque las sufrimos como si fueran reales.
Y nos pre-ocupamos en vez de ocuparnos.
¿Te imaginas cuánto sufrimiento te evitarías si dejaras de imaginar lo que podría ser, y te limitaras a ocuparte de lo que realmente SÍ es?
Total, al final va a pasar lo que tenga que pasar, lo pienses más o menos.
Así que, ¿pruebas a soltar y dejar fluir? ?

¡Feliz día despeinad@! ?
PD: Si te apetece comentar algo me encantará leerlo!
Muy cierto querida amiga. Cuando veces repetimos esa secuencia y nos hacemos nuestra propia película mental….
Ayyyy las películas que nos montamos amiga! Cuántos guiones desperdiciados para Hollywood jaja.